Boecio

Biografía

Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nacido en Roma hacia 480 d.C., se distinguió como filósofo, poeta y político. Era hijo de Manlio Boecio, que ocupó el cargo de cónsul en 487 y fue prefecto de la ciudad en dos ocasiones.

Recibió una educación en artes liberales y filosofía, probablemente en Atenas. Comenzó su carrera en la vida pública muy joven, bajo el mando de Teodorico el ostrogodo, que gobernó Italia desde 493 hasta 526.

Boecio destacó en los ámbitos político e intelectual. Su carrera política alcanzó su punto álgido cuando se convirtió en Maestro de Oficios de Teodorico (Magister officiorum) alrededor del año 520 d.C. En 522, sus dos hijos se convirtieron en cónsules.

Sin embargo, su carrera política se vería interrumpida por acusaciones de traición, lo que provocó su arresto y posterior ejecución en el año 524 d.C.

Obras

Aunque su vida estuvo absorbida en gran parte por responsabilidades oficiales, Boecio produjo una prolífica cantidad de escritos sobre diversos temas, como educación, filosofía, teología y ciencia. Además, destacó como lógico, comentarista y traductor.

Entre sus obras destacan: Elementos de aritmética, Elementos de música y Elementos de geometría.

Entre las obras teológicas atribuidas a Boecio, actualmente se aceptan como auténticas las siguientes: Sobre la Trinidad, De Hebdomadibus, Sobre las dos naturalezas en Cristo, Contra Eutico y Nestorio. La autenticidad del tratado «Sobre la fe católica» sigue siendo incierta.

Boecio emprendió también la misión de traducir al latín y comentar todas las obras de Platón y Aristóteles, con el fin de armonizar sus enseñanzas. Sin embargo, debido a su prematura muerte, no pudo completar su ambicioso proyecto.

Boecio tradujo las siguientes obras: la Isagoge de Porfirio; las Categorías de Aristóteles (la llamada lógica antigua); los Analíticos anteriores y los Analíticos posteriores; Refutaciones sofísticas y los Tópicos de Aristóteles.

Además de las traducciones, Boecio también escribió dos comentarios sobre la Isagoge; uno sobre las Categorías y otro sobre los Tópicos de Cicerón.

Por último, destaca la obra maestra de Boecio, La consolación de la filosofía (De Consolatione Philosophiae), escrita en prosa y verso durante su estancia en la cárcel de Pavía. En ella, Boecio aborda la eternidad de Dios, definida como la «posesión entera y perfecta de una vida ilimitada», el problema del mal y la conciliación de la presciencia de Dios con la libertad humana.

La cuestión de los universales

En su comentario a la Isagoge de Porfirio, Boecio abordó una cuestión que se convertiría en objeto de intenso debate entre los pensadores medievales: el problema de los universales.

La propuesta de Boecio para resolver este problema se denominó realismo moderado, según el cual los universales (como animal, hombre, etc.) son incorpóreos y sólo existen en el intelecto humano. Los universales se obtienen abstrayendo las características comunes y singulares de los individuos.

La presciencia divina y el libre albedrío

En los libros 4 y 5 de la Consolación, Boecio trata de la conciliación entre la presciencia divina y la libertad humana. ¿Cómo podría el hombre ser libre si Dios conoce el pasado, el presente y el futuro?

Para resolver este problema, distingue entre necesidad absoluta y necesidad condicionada. Por ejemplo, la condición de ser un ser vivo es una necesidad absoluta para la naturaleza humana, mientras que el acto de caminar es una necesidad condicionada.

Con esto, Boecio argumenta que el conocimiento de Dios del pasado, presente y futuro determina el mundo sólo con la necesidad condicionada, y por lo tanto es compatible con la libertad humana.

Frases

  • «Nada es miserable a menos que tú creas que lo es».
  • «Pues así es la naturaleza humana: superior a todo el resto de la creación cuando utiliza sus facultades racionales, pero de la más baja condición cuando deja de ser lo que realmente es.»
  • «Y es porque no conocen el fin y el propósito de las cosas que les parece que los malvados y los criminales tienen poder y felicidad».
  • «Si buscamos seriamente la verdad y no queremos ser engañados, debemos dejar que nuestra luz interior brille dentro de nosotros, concentrar los amplios movimientos del pensamiento y aprender del alma lo que ha espigado del exterior. Ella ya posee la verdad, secretamente guardada en su interior».
  • «Entre los hombres sabios no hay lugar para el odio. Pues nadie, salvo el mayor de los necios, odiaría a los hombres buenos. Y no hay razón para odiar lo que es malo. Pues así como la debilidad es una enfermedad del cuerpo, la maldad es una enfermedad de la mente.»

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