San Agustín

Una vez que el cristianismo fue una religión tolerada, se produjo un debate dentro de la iglesia sobre el estatus de las creencias no cristianas (paganas). Por un lado estaba San Jerónimo (ca. 347-420), que sostenía que la filosofía no cristiana debía ser condenada. En el otro bando estaba San Ambrosio (ca. 340-397), que defendía que la Iglesia debía aceptar elementos de otras filosofías compatibles con el cristianismo. La posición de San Ambrosio fue victoriosa, y su mayor portavoz fue San Agustín (ca. 354-430).

Dios habla a cada individuo a través de su alma, pero el individuo no tiene que escuchar. Según Agustín, los individuos son libres de elegir entre el camino de la carne (Satanás), que es pecaminoso, y el camino de Dios.Fue Agustín quien combinó el estoicismo, el neoplatonismo y el judaísmo en una poderosa cosmovisión cristiana que dominaría la vida y el pensamiento occidentales hasta el siglo XIII. A menudo se considera que las autorizadas obras teológicas de Agustín marcan el inicio de la Edad Media, también llamada período medieval de la historia (del latín medius, que significa «medio» y aevium, que significa «edad»).

Agustín se centró casi exclusivamente en la espiritualidad humana. Sobre el mundo físico, basta con saber que Dios lo creó. Agustín compartía con los pitagóricos, platónicos, neoplatónicos y primeros cristianos el desprecio por la carne. Cuando los pensamientos se centran en Dios, hay poca necesidad de cosas mundanas. La llegada al verdadero conocimiento requiere el paso de la conciencia del cuerpo a la percepción sensorial, al conocimiento interno de las formas (ideas universales) y, finalmente, a la conciencia de Dios, autor de las formas.

Para Agustín, como para los primeros cristianos, el conocimiento último consistía en conocer a Dios. El ser humano era visto como un ser dualista que consistía en un cuerpo no muy diferente al que poseen los animales y un espíritu que estaba cerca o era parte de Dios. La guerra entre los dos aspectos de la naturaleza humana, ya presente en la filosofía platónica, se convirtió en la lucha cristiana entre el cielo y el infierno, es decir, entre Dios y Satanás.

La voluntad

Dios habla a cada individuo a través de su alma. Sin embargo, según Agustín, los individuos son libres de elegir entre el camino de la carne (Satanás), que es pecaminoso, y el camino de Dios.

La capacidad humana de elegir explica por qué el mal está presente en el mundo: el mal existe porque la gente lo elige. Esto, por supuesto, plantea la espinosa pregunta: ¿Por qué Dios dio a los humanos la capacidad de elegir el mal? Por ejemplo, ¿por qué permitió Dios que se produjera el pecado original en el Jardín del Edén? Respecto a estas cuestiones, Agustín dijo: «No debemos tratar de entender más de lo que debe entenderse».

Según Agustín, las personas tienen un sentido interno que les ayuda a evaluar sus experiencias, proporcionando una conciencia de la verdad, el error, la obligación personal y el derecho moral. La desviación de este sentido interno provoca el sentimiento de culpa. De hecho, no hay que actuar en contra de este sentido interno para sentirse culpable, sino sólo reflexionar sobre ello. El simple hecho de pensar en hacer algo pecaminoso causará tanta culpa como el hecho de hacer algo pecaminoso. Todo ello hace que el comportamiento se controle internamente y no externamente. Es decir, en lugar de controlar el comportamiento mediante recompensas y castigos administrados externamente, se controla mediante sentimientos personales de virtud o culpa.

El libre albedrío

Agustín contribuyó a desplazar el lugar de control del comportamiento humano del exterior al interior. Para él, la aceptación del libre albedrío daba sentido a la responsabilidad personal. Dado que los individuos son personalmente responsables de sus acciones, es posible elogiarlos o culparlos, y las personas pueden sentirse bien o mal consigo mismas en función de las decisiones que tomen.

Si la gente elige el mal en lugar del bien, no tiene por qué sentirse culpable para siempre. Al revelar el pecado real o intencionado (como por confesión), son perdonados y pueden volver a perseguir la vida cristiana pura. De hecho, las Confesiones de Agustín describen una larga serie de sus propios pecados, desde el robo hasta los pecados de la carne.

Conociendo a Dios

Para Agustín, no era necesario esperar a la muerte del cuerpo para conocer a Dios; el conocimiento de Dios era alcanzable durante la vida del individuo. Antes de llegar a esta conclusión, Agustín necesitaba encontrar algo sobre la experiencia humana de lo que pudiera estar seguro. Buscó algo de lo que no se pudiera dudar y, finalmente, llegó a la conclusión de que no se podía dudar del hecho de dudar.

Así, Agustín estableció la validez de la experiencia interna y subjetiva. (Descartes utilizó la misma técnica para llegar a su famosa conclusión «Pienso, luego existo«). Se podía confiar en el sentido interno, no en la experiencia externa (sensorial). Para Agustín, pues, una segunda forma de conocer a Dios (la primera eran las escrituras) era la introspección, o el examen de las propias experiencias interiores. Vemos aquí la influencia de Platón, que también creía que la verdad debe alcanzarse a través de la introspección. La introspección agustiniana, sin embargo, se convirtió en un medio para lograr una comunión personal con Dios.

Según San Agustín, el sentimiento de amor que se experimenta al contemplar a Dios crea un éxtasis insuperable entre las emociones humanas. Ese sentimiento es el objetivo primordial de la existencia humana; todo lo que es compatible con la consecución de ese estado de éxtasis es bueno, mientras que todo lo que distrae de su consecución es malo.

La fe y la unión personal y emocional con Dios eran, para Agustín, los ingredientes más importantes de la existencia humana. La razón, que había sido suprema para los griegos, pasó a ser inferior no sólo a la fe sino también a la emoción humana. La razón permaneció en una posición inferior durante casi 1.000 años, durante los cuales los escritos de Agustín prevalecieron y proporcionaron la piedra angular del dogma de la Iglesia. Agustín había demostrado que la mente humana podía conocerse a sí misma sin enfrentarse al mundo empírico. Dado que el Espíritu Santo habitaba en este reino del pensamiento puro, se fomentaba la introspección intensa y altamente emocional. Esta introspección aleja al individuo del mundo empírico.

El análisis de Agustín sobre la experiencia del tiempo

Las Confesiones de Agustín son una larga conversación con Dios en la que a menudo le pide ayuda para resolver los misterios de la existencia humana. Uno de esos misterios es la experiencia del tiempo.

Dios, observó, no tiene concepción del tiempo porque vive en el eterno presente. Los mortales, sin embargo, tienen concepciones del pasado, del presente y del futuro, y ahí radica el misterio. Pretendemos medir en qué momento del pasado se produjo un acontecimiento, pero los acontecimientos pasados ya no existen y, por tanto, no pueden medirse. Pretendemos medir la distancia a la que se encuentra un acontecimiento futuro, pero los acontecimientos futuros aún no existen y, por tanto, no pueden medirse.

Incluso el presente, que es el momento fugaz entre el futuro y el pasado, ocurre demasiado rápido para ser medido. «No medimos los tiempos venideros, ni los pasados, ni los presentes; y sin embargo, medimos los tiempos». Para Agustín estaba claro que los términos pasado, presente y futuro no podían referirse al mundo físico. ¿Qué explica entonces las experiencias humanas del pasado, del presente y del futuro? La respuesta de Agustín fue sorprendentemente moderna.

Para Agustín, la experiencia del tiempo dependía de la experiencia sensorial y de la memoria de la experiencia sensorial. En cierto sentido, el ser humano, como Dios, sólo experimenta el presente. El pasado es la presencia en la mente de las cosas recordadas, y el futuro es la anticipación presente de los acontecimientos basada en el recuerdo de las experiencias pasadas. El presente es simplemente la experiencia sensorial presente.

Agustín escribió extensamente sobre la memoria, y algunas de sus observaciones no son diferentes de las que aparecieron más tarde en el empirismo moderno.

La doctrina de la predestinación de Agustín

¿El hecho de estar bautizado como cristiano y elegir sistemáticamente el bien sobre el mal otorga a una persona el acceso al cielo después de su muerte? No según Agustín. Desde la caída en el Jardín del Edén, todos los seres humanos han heredado el pecado original y, por lo tanto, son dignos de la condenación eterna. Esto es cierto tanto si somos cristianos como si no y elegimos el bien sobre el mal en nuestra vida. Sin embargo, según Agustín, ciertas personas son, antes de nacer, elegidas por Dios para entrar finalmente en el cielo. En otras palabras, no hay nada que las personas puedan hacer en sus vidas que les permita finalmente entrar en el reino de Dios.

La entrada al cielo está determinada únicamente por la gracia de Dios. La razón por la que Dios elige a los que van al cielo (los elegidos) y a los que no, es incomprensible para los humanos y debe seguir siendo un misterio para siempre. El hecho de que algunos humanos se condenen es sólo porque todos somos dignos de condenación; el hecho de que algunos reciban la salvación demuestra la misericordia de Dios.

La doctrina de Agustín sobre la predestinación planteó muchas preguntas que nunca han sido respondidas satisfactoriamente. Por ejemplo, si la salvación es un don de Dios independiente de las acciones de la persona, ¿qué impide la despreocupación moral? En los siglos que siguieron a la muerte de Agustín, la doctrina de la predestinación fue debatida con frecuencia por los teólogos cristianos. En la mayoría de los casos, la doctrina fue rechazada en favor de la creencia de que todos los humanos pueden ganar la salvación aceptando a Cristo como su salvador y evitando el pecado durante su vida. Las teologías de Martín Lutero (1483-1546) y Juan Calvino (1509-1564) son ejemplos de lo contrario. Ambos aceptaron la doctrina de la predestinación de Agustín.

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